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apocrifos
Escrito por: camilo (IP registado)
Data: 03 de January de 2007 01:13

achei interessante a seguinte noticia e achei que podia servir como ponte de partida para um debate sobre o tema:

Investigações modernas sobre Jesus de Nazaré

Re: apocrifos
Escrito por: Epafras (IP registado)
Data: 03 de January de 2007 18:02

Segue-se um extracto de um artigo, que considero excelente, do professor Fernando Saraví sobre a formação do cânon do Novo Testamento. O artigo completo pode ser lido aqui

Epafras




11. Apéndice: Los apócrifos del Nuevo testamento

A partir del siglo II existe un cuerpo creciente de literatura cristiana que pretende ser inspirada, cuya autoría, con pocas excepciones, se atribuye pseudoepigráficamente a algún apóstol. Estas obras tenían generalmente una de dos intenciones, a saber:

1) Rellenar huecos en ciertos aspectos de la vida de Jesús o de sus Apóstoles que a juicio de sus autores no eran suficientemente descritos en los genuinos escritos apostólicos. Un tema favorito fue la infancia de Jesús; otro, lo ocurrido en el intervalo entre su muerte y su resurrección; un tercero, la actividad de los Apóstoles que no se describe en el libro de los Hechos.

2) Inculcar ciertas doctrinas sincréticas, nacidas del mestizaje entre el cristianismo y ciertas filosofías, en general neoplatónicas, que habrían sido enseñadas por Jesús de manera privada a los Apóstoles y transmitidas sólo a los discípulos dignos de recibir tal conocimiento (gnosis). En esta categoría están los evangelios gnósticos.

Estos libros, que fueron tenidos en gran estima por ciertos grupos marginales pero que nunca fueron recibidos como auténticos por el conjunto de las iglesias antiguas, se denominan apócrifos del Nuevo Testamento.

La palabra griega apokryfa significa originalmente “oculto”, pero dicha calificación podía significar dos cosas muy diferentes.

Desde el punto de vista de quienes aprobaban estos escritos, ellos estaban “ocultos” o retirados del uso común porque eran considerados como conteniendo conocimiento misterioso o esotérico, demasiado profundo para ser comunicado a nadie, excepto los iniciados. Desde otro punto de vista, sin embargo, se juzgaba que tales libros merecían ser “ocultados” porque eran espurios o heréticos. Así, el término tuvo originalmente una significación honorable así como una peyorativa, dependiente de quién hiciera uso de la palabra.

(Bruce M. Metzger, The Canon of the New Testament. Its origin, development, and significance. Oxford: Clarendon Press, 1987, p. 165; negritas añadidas).

En la actualidad la denominación de “apócrifo” no implica necesariamente una de estas dos valoraciones opuestas, sino que se vincula primariamente con el concepto de un canon fijado del Nuevo Testamento. En este sentido, son apócrifas todas aquellas obras que, no obstante la pretensión de sus autores, fueron excluidas del canon por no ser consideradas dignas de ser incluidas en él.

Los apócrifos del Nuevo Testamento tienden, con resultado variable, a imitar las formas literarias propias de los libros genuinos. Por ello se clasifican en evangelios, hechos, epístolas y apocalipsis apócrifos (Tabla 2). La adaptación formal de la literatura apócrifa a las formas literarias de las Escrituras canónicas es un testimonio indirecto de la antigüedad y el reconocimiento general de estas últimas.

El género más temprana y frecuentemente imitado es el de los Evangelios canónicos. Un hecho interesante es que, pese a llevar el nombre de los Apóstoles, los apócrifos fuesen generalmente excluidos de seria consideración en cuanto a su inclusión en el canon. En contraste, el hecho de que los cuatro Evangelios canónicos sean anónimos, y que sólo dos de ellos (Mateo y Juan) se hayan atribuido tradicionalmente a Apóstoles, no fue obstáculo para su pronto reconocimiento de su autoridad apostólica y su inspiración divina.

Algunos de los apócrifos se han perdido, y hoy conocemos su existencia por referencias en la literatura cristiana primitiva. En su edición de 1924 de los apócrifos del Nuevo Testamento, Montague Rodhes James hizo las siguientes acertadas observaciones acerca de estos libros:

Interesantes como son (...), no logran ninguno de los dos principales propósitos por los que fueron escritos, inculcar la verdadera religión y transmitir la verdadera historia.
Como libros religiosos pretendían reforzar el conjunto existente de creencias cristianas: ya por revelación de nuevas doctrinas (...) , o destacando alguna virtud particular, como castidad y temperancia; o reforzando la creencia en ciertas doctrinas o acontecimientos, v.g., el nacimiento virginal, la resurrección de Cristo, la segunda venida, el estado final – mediante la producción de evidencia que, de ser verdad, fuese irrefutable. Para todos estos propósitos, estos escritos se arrogan la suprema autoridad (...) Como libros de historia, apuntan a suplementar los escasos datos (como parecían ser) de los Evangelios y Hechos (...)
Pero, como he dicho, fracasan en su propósito (...) Sus autores no hablan con las voces de Pablo ni Juan, o con la apacible simplicidad de los tres primeros Evangelios. No es injusto decir que cuando intentan lo primero son teatrales, y cuando ensayan la segunda, son insípidos. En resumen, el resultado de algo semejante al estudio atento de la literatura (...) es un reforzado respeto por el buen sentido de la Iglesia Universal, y por la sabiduría de los eruditos de Alejandría, Antioquia y Roma (...)
Si bien no son buenas fuentes de historia en un sentido, lo son en otro. Registran las imaginaciones, esperanzas y temores de los hombres que los escribieron; muestran lo que era aceptable para los cristianos incultos de los primeros tiempos, qué les interesaba, qué admiraban, qué ideales de conducta valoraban para esta vida, qué pensaban hallar en la venidera (...) y para el amante y estudiante de la literatura y el arte medieval revelan la fuente de una parte considerable de su material y la solución de muchos enigmas. De hecho, han ejercido una influencia (totalmente desproporcionada con sus méritos intrínsecos) tan grande y amplia, que nadie que se interese en la historia del pensamiento y el arte cristianos puede permitirse descuidarlos.


(Citado por J. K. Elliott, The Apocryphal New Testament. A collection of Apocryphal Christian Literature in an English Translation. Oxford: Clarendon Press, 1993, p. xiv-xv; negritas añadidas).

Tabla 2: Algunos apócrifos del Nuevo Testamento (ver aqui)


A pesar de lo dicho, cada tanto surge, generalmente de personas ajenas al ámbito académico, la tesis de que los textos apócrifos revelan la verdadera historia de Jesús, que habría sido distorsionada por los autores canónicos. En este sentido, la propuesta más reciente – pero seguramente no la última – es la de Dan Brown, en su extraordinario éxito de ventas, El Código Da Vinci. Si bien se trata de una novela, en su prefacio hay una declaración, con el título “Los hechos”, según la cual:

Todas las descripciones de obras de arte, edificios, documentos y rituales secretos que aparecen en esta obra son veraces.

(Dan Brown, El Código Da Vinci. Traducción de Juanjo Estrella. Buenos Aires: Editorial Umbriel, 2003, p. 11).

La verdad es que la obra contiene una serie de afirmaciones discutibles o descaradamente falsas. En el tema que nos ocupa, Brown sostiene, a través de un ficticio historiador miembro de la Royal Society británica, cosas como las siguientes.

En el concilio de Nicea, convocado por Constantino, “se debatió y se votó sobre (...) la divinidad de Jesús (...) hasta ese momento de la historia, Jesús era, para sus seguidores, un profeta mortal ... un hombre grande y poderoso, pero un hombre, un ser mortal (...) Al proclamar oficialmente a Jesús como Hijo de Dios, Constantino lo convirtió en una divinidad...” (p. 290).

Es cierto que Constantino convocó el Concilio. De hecho, todos los concilios ecuménicos de la antigüedad fueron convocados por emperadores. No obstante, las decisiones adoptadas fueron responsabilidad de los obispos reunidos. Además, es un disparate afirmar que hasta Nicea los cristianos consideraban que Jesús era meramente un hombre. Existe abundantísima evidencia de la literatura cristiana previa a Nicea que atestigua la creencia en la divinidad de Cristo. Los cristianos nunca mantuvieron su fidelidad hasta la muerte por alguien que consideraban sólo un hombre.

Además, semejante cambio doctrinal hubiera generado un escándalo de proporciones colosales, de lo cual no hay rastro. En realidad, ninguno de los participantes en la controversia sostenía semejante cosa, pues todos aceptaban que Jesucristo era un ser divino. La discusión radicaba en si él era co-igual con el Padre –como opinaba la mayoría – o si, como enseñaba Arrio, estaba un escalón más abajo, como el primero y más poderoso de los seres creados.

Hay “miles de páginas de papeles anteriores a la época de Constantino, no manipulados, que lo reverenciaban absolutamente en tanto que maestro y profeta humano” (p. 318).

La verdad es que ningún documento cristiano antiguo, canónico o apócrifo, considera a Jesús como exclusivamente humano. Hay, sí, documentos gnósticos que pretendían separar lo humano y lo divino en Jesucristo, considerando que un espíritu superior, el Cristo, moró transitoriamente en el hombre Jesús; pero al contrario de lo afirmado, exaltaban lo divino y rebajaban lo humano.

“Circulan rumores de que en el tesoro también está incluido el documento «Q» del que hasta el Vaticano admite su existencia. Supuestamente, se trata de un libro con las enseñanzas de Jesús escritas tal vez de su puño y letra.” (p. 318).

El documento Q (del alemán Quelle, “fuente”) es un documento hipotético cuya existencia se postuló para explicar el material común a los Evangelios de Mateo y Lucas, que no aparecen en el Evangelio de Marcos. De modo que aún si existiera Q, en todo caso ayudaría a explicar la redacción de los Evangelios canónicos. Que Q pueda haber sido escrito por Jesús mismo es pura fantasía.

“Constantino encargó y financió la redacción de una nueva Biblia que omitiera los evagelios en los que se hablaba de los rasgos «humano» de Cristo y que exagerara los que lo acercaban a la divinidad.” (p. 291).

Como vimos antes, Constantino simplemente encargó a Eusebio cincuenta copias de la Biblia para su uso en las iglesias de Bizancio (Constantinopla). No hay la menor evidencia de que haya indicado qué libros debía contener y cuáles no; esto lo dejó enteramente en manos del obispo. Es poco probable que hubiera sido capaz de hacer tal cosa, aun si hubiera querido.

Por lo demás, los cristianos, que pocos años antes habían mostrado su veneración por las Escrituras negándose a entregarlas incluso al precio de su propia vida, no hubieran admitido cambios de los cuales no hay el menor rastro en la historia. Finalmente, hay que notar que los Evangelios canónicos sí enseñan claramente la humanidad de Cristo. Sobre su divinidad no son tan claros, con excepción del Evangelio de Juan. La situación es exactamente opuesta a la que presenta Brown.

“Para la elaboración del Nuevo Testamento se tuvieron en cuenta más de ochenta evangelios, pero sólo unos pocos acabaron incluyéndose, entre los que estaban los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan ...” (p. 292).

Como se ha descripto antes, la formación del Nuevo Testamento no fue producto de una decisión súbita de algún concilio, mucho menos de un emperador. Es simplemente falso que en la fijación del canon se hayan tenido en cuenta “más de ochenta evangelios” (no había tantos) como si fueran candidatos con iguales probabilidades. En este proceso, desde el principio se aceptaron los cuatro Evangelios canónicos, para la Iglesia antigua en su conjunto, ningún apócrifo fe jamás un contendiente serio.

“las copias de los rollos de Nag Hammadi y del Mar Muerto” son “los primeros documentos del cristianismo” (p. 305).

Los rollos del Mar Muerto contienen manuscritos bíblicos y material propio de la secta de los Esenios, que era judía. Los rollos son anteriores al Nuevo Testamento, y no hay ningún material específicamente cristiano.

La biblioteca de Nag Hammadi ha proporcionado copias de apócrifos de tendencia gnóstica en copto (no en arameo como dice Brown) que son traducciones del griego. Los más antiguos de estos escritos datan de mediados del siglo II y no provienen de un ambiente palestino, de modo que están cronológica, geográfica y culturalmente muy alejados de los hechos de la vida de Jesús.

Por su propia naturaleza y trasfondo neoplatónico, no proveen material confiable para la idea central de El Código Da Vinci, a saber, que Jesús desposó a María Magdalena y tuvo descendencia con ella. No solamente despreciaban lo natural a favor de lo espiritual, sino que no tenían un concepto muy elevado de las mujeres. Según el Evangelio de Tomás, la única forma en que una mujer puede salvarse es transformándose en varón (logion 114):

Simón Pedro le dijo: Que María salga de en medio de nosotros pues las mujeres no son dignas de la vida. Jesús dijo: Yo la guiaré para hacerla macho, para que también se vuelva un espíritu viviente semejante a vosotros que sois machos. Pues toda mujer que se hiciera macho entrará en el Reino de los cielos.

(El evangelio según Tomás. Apócrifo-gnóstico. Versión bilingüe copto-castellano. Barcelona: Siete y Media Editores, 1980, p. 107).

Finalmente, los evangelios apócrifos de Nag Hammadi son mayormente colecciones de supuestos dichos de Jesús y de los Apóstoles, que no narran casi nada de los hechos de la vida del Señor.



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